Biblioteca de la Lectura en la Ilustración
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Identificación

Historia Literaria de España. Origen, progresos, decadencia y restauración de la literatura española, Tomo III

Rafael Rodríguez Mohedano; Pedro Rodríguez Mohedano
1770

Resumen

El tomo III de la Historia literaria de los Mohedano comienza con un interesante «Prólogo» en el que los autores hacen converger los intereses y necesidades de los lectores con el método de análisis de los historiadores, en este caso, de la literatura. Consideran los Mohedano que su obra tiene interés porque son muchos quienes desean que pronto se culmine para así tener acceso a las vidas de las grandes plumas de la nación. Los autores reivindican su deseo de escribir una historia literaria y no una biblioteca, por lo que precisamente las biografías de los escritores no formarían para sustancial de su obra, sino que se incluirían los aspectos que fueran atinentes a la propia evolución de la historia literaria. Además, revisan las diferentes partes del título de su obra y conceden que antes de llegar al pleno desarrollo de la literatura había que hablar sobre sus orígenes, pues de otro modo no se entendería ese momento culminante. Ponen varios ejemplos y citan numerosos historiadores clásicos y modernos a los que habría que acudir si se deseaba obtener un resultado provechoso de sus postulados.

Después del «Prólogo» se incluyen el índice de los contenidos del volumen y una fe de erratas. A partir de ahí se desarrollan los libros VI y VII, dentro del que hay que citar la disertación X. Estos libros ahondan en el conocimiento de la historia civil y literaria de los romanos, entendida esta como origen fundamental de la literatura de los españoles. Como se explica en otros tomos, el concepto de español es algo laxo y no ajustado a las convenciones actuales, pues se abordan en este volumen las letras del pueblo romano en el territorio de Hispania.

Finaliza este tomo tercero con el «Índice de las cosas notables», que es, recuérdese, una mixtura de índices onomástico y temático en el que se recogen los principales asuntos trabajados en el volumen.

Descripción bibliográfica

Rodríguez Mohedano, Rafael y Rodríguez Mohedano, Pedro, Historia Literaria de España, Origen, Progresos, Decadencia y Restauracion de la Literatura Española: en los tiempos primitivos, de los Phenicios, de los Cartagineses, de los Romanos, de los Godos, de los Arabes y de los Reyes Catholicos: Con las vidas de los hombres sabios de esta Nacion, juicio critico de sus Obras, Extractos y Apologías de algunas de ellas: Disertaciones historicas y criticas sobre varios puntos dudosos: para desengaño é instruccion de la juventud Española. Por los PP. Fr. Rafael y Fr. Pedro Rodriguez Mohedano, del Orden Tercero Regular de N. S. P. San Francisco en el Convento de S. Antonio Abad de Granada, Provincia de S. Miguel de Andalucia. Tomo III. Madrid: Imprenta de Francisco Javier García, 1770.
18 hs., 503 + [27] pp.; 4º. Sign.: BNE 3/51391.

Ejemplares

Biblioteca Nacional de España

PID bdh0000253193

Bibliografía

Consúltese Historia literaria de España, Tomo I.

Cita

Rafael Rodríguez Mohedano; Pedro Rodríguez Mohedano (1770). Historia Literaria de España. Origen, progresos, decadencia y restauración de la literatura española, Tomo III, en Biblioteca de la Lectura en la Ilustración [<https://www.bibliotecalectura18.net/d/historia-literaria-de-espana-origen-progresos-decadencia-y-restauracion-de-la-literatura-espanola-tomo-iii> Consulta: 19/04/2024].

Edición

No podemos dejar de mostrar al público un justo reconocimiento por la benigna aceptación con que favorece nuestra obra. Desean con instancia su continuación y que en breve espacio de tiempo se corra la cortina de muchos siglos, descubriéndose el teatro de la literatura española. Quisiéramos igualar con nuestras plumas la viveza de sus deseos. Pero es visible la gran distancia que hay entre la esfera del apetito humano y su actividad. Aquel apenas tiene límites y, los de esta, son muy estrechos.

El noble deseo de los españoles de ver ilustrada su patria [1] los mueve a solicitar se publiquen cuanto antes las vidas de los hombres sabios que la ennoblecieron con sus escritos. Juzgan que es demasiada detención emplear tantas páginas en los primeros siglos de la historia de la nación, faltos de escritores y llenos de sombras. Nosotros mismos creíamos también desembarazarnos más presto de estos siglos oscuros y faltos de monumentos. Mas la dificultad e importancia de la materia, ha hecho prolijo nuestro trabajo. Los sabios conocerán lo arduo de la empresa y, por la utilidad que resulta, disimularán las faltas de la ejecución. Los lectores presurosos que quisieran tuviéramos ya inundada la República de las Letras con un torrente de vidas de escritores deben hacerse cargo del «Plan» de nuestra obra. No escribimos la biografía ni biblioteca, sino historia literaria [2]. Esta no atiende tanto a las personas como a los sucesos. Considera los preparativos, las causas, los adjuntos y los efectos; en fin, todo lo que conduce a la noticia y estado de las artes y las ciencias. El mismo título de nuestra obra indica que las vidas de los escritores son parte accesoria y solo tienen entrada en cuanto sirven para dar a conocer los sucesos de la literatura. Hemos prometido una Historia literaria que descubra el origen, progresos, decadencia y restauración de la literatura española, con las vidas de los hombres sabios y juicio de sus obras. Estamos al principio y los lectores se ponen ya a los fines. Primero es el origen, después el progreso y, últimamente, la formación de hombres sabios —pues estos no se hacen de repente—, teniendo sus periodos el mundo literario como el natural [3]. ¿Qué diríamos de un labrador que suspirase por ver nacer el trigo espigado? ¿Quién busca los ríos [4] tan caudalosos en su origen como cerca del mar? Ninguno en la primavera echa de menos los frutos del otoño, ni tardan los árboles en su producción porque al principio solo llevan hojas y flores. Hemos empleado este primer periodo de nuestra obra en lo que primeramente promete el título, que son los orígenes de la literatura española. Buscar en estos principios los progresos y la perfección es demasiada presteza y, formarse un plan arbitrario, repugnante a la ejecución, a la naturaleza y al objeto de la historia [5]. Ya en los años pasados se quejaba ingeniosamente el sabio Feijoo, que habiendo él prometido un Teatro crítico universal o Discursos sobre todo género de materias para desengaño de errores comunes, algunos lectores, sin hacerse cargo de lo primero, le cogían la palabra por lo último o, como él dice, le tomaban el título por la cola, levantándole un proceso si en cada página no combatía cuerpo a cuerpo un error común. Aún es más antigua esta queja de los que figuran águilas a los historiadores y quieren que, de un vuelo, abracen todo el asunto. Algunos, cuando Tito Livio escribía la historia romana, el nacimiento de la República, su infancia en tiempo de los reyes y cónsules, quisieran que ya los romanos hubieran llevado sus armas victoriosas a todas las provincias del Imperio, como si estuviera en mano del historiador tratar de las guerras de Cartago, de Grecia y del Ponto antes de las cortas expediciones contra los albanos, los ecuos y los volscos [6]. El historiador no es dueño de la materia, ella misma le da el orden de los sucesos que, regularmente, de cortos principios vienen a acciones grandes. Si los primeros tiempos del origen de la literatura española no llevan ni pueden llevar escritores como los siglos siguientes de su progreso, ¿los ha de fabricar el historiador en su fantasía solo para contentar el antojo de los lectores? La historia no es tan fecunda en esta parte como la poesía. Un poeta cría el asunto a su modo o le aumenta o abulta con los episodios —bien que siempre han de ser verosímiles—[7]; y hubieran hecho mal Homero y Virgilio en atribuir a los tiempos heroicos las empresas de los posteriores dando a los troyanos una escuadra como la de Felipe II o un ejército como el de Creso y Jerjes [8].

En algunos lectores, estos deseos anticipados nacen de falta de conocimiento en la historia antigua. Se introducen a censores de materias que exceden la esfera de su noticia. En cada círculo, en cada tertulia se erige un tribunal donde se decide soberanamente y se condenan las partes sin oírlas. Sucede en la publicación de una obra lo mismo que en el discurso de una guerra. Todos los lectores de gacetas son militares profundos: deciden sobre los sitios, las batallas y la habilidad de los generales. Proyectan las expediciones en el gabinete mejor que Alejandro y Aníbal en la campaña. Paulo Emilio [9], estando para ir a la guerra de Macedonia, hizo esta arenga al pueblo romano:

En todos los corrillos, y aun de sobremesa, hay gentes que lleven ejércitos a Macedonia. Saben puntualmente dónde se han de colocar los reales, se han de poner guarniciones, por dónde han de entrar las tropas en la provincia, cuál es lugar oportuno para establecer los almacenes, por qué territorios, por qué mares se han de llevar los víveres, cuándo se ha de dar la batalla y cuándo se ha de estar en observación del enemigo. No solo reglan en sus casas el plan de las operaciones, sino que, si discrepa el general en un ápice, le forman el proceso, teniendo por leyes sus caprichos. Todo esto embaraza mucho a los generales que suelen temer más los discursos de los ociosos que las fuerzas de los enemigos. Ninguno es tan pródigo de su fama que no sienta debilitarse su ánimo con estos temerarios rumores. No todos son tan firmes y constantes como Fabio [10], que quiso más bien obrar como debía que dejarse vencer de las murmuraciones del pueblo. La ligereza de estos juicios le quitó parte del mando, esperando más de un oficial temerario y vanaglorioso que de un general consumado. No soy tan soberbio que quiera hacer a los generales exentos del consejo de los prudentes. Por el contrario, siempre me ha parecido soberbia y no sabiduría obrar en todas las empresas arduas solo por propio dictamen. Pero este consejo lo han de dar los peritos, los experimentados, los que se versan en el mismo peligro y están actuados de todas las circunstancias. Por lo cual, si hay alguno de mis ciudadanos que se crea en situación de darme consejos, no niegue este servicio al Estado, venga conmigo a Macedonia, le llevaré en mi navío, le administraré caballo, le admitiré en mi pabellón y a mi mesa. Pero, si no se halla capaz de esta resolución, si antepone el ocio de la ciudad a los trabajos de la guerra, no gobierne desde su gabinete la campaña. Los negocios del pueblo dan bastante materia a las conversaciones. Limiten a la esfera de estos asuntos su locuacidad. Nosotros solo haremos caso del Consejo de Guerra [11].

En las campañas de Minerva vemos lo mismo que en las de Marte. Los censores de las obras de letras que jamás han trabajado un libro merecen la misma advertencia que hizo este gran magistrado a los que, sin hallarse en los peligros de la guerra ni en los sudores de la campaña, desde el ocio de sus casas dan la ley a los más expertos generales.

Pero, dejados estos ociosos censores que, según san Jerónimo, después de una mesa espléndida disputan largamente del ayuno, ningún juicioso tendrá por mal empleado el tiempo que se dedique a ilustrar los orígenes de la literatura española. Este es el cimiento de la historia literaria de una nación. Si faltase esta parte principal, sería un cuerpo monstruoso y acéfalo. ¿Quién penetraría los progresos sin entender los principios? Para explicar los orígenes de la lengua española el sabio Aldrete gastó muchos libros y dejó mucho que trabajar a otros, como puede constar de las eruditas obras de Duarte Núñez de León y el señor don Gregorio Mayans [12]. ¿Cuánto más dilatado es el campo de nuestra historia que se propone por objeto en estos primeros siglos no solo el origen de la lengua, sino de toda la literatura española? Ni ¿quién podrá tener por dilación importuna investigar con el esmero que piden estos puntos todo lo que puede conducir a manifestar el ingenio de los antiguos españoles en las artes y ciencias? Hemos dicho otra vez que la ciencia histórica no consiste en la desnuda relación de los hechos. Cuando no hay documentos decisivos, son menester pruebas y discursos. Esto sucede en la historia antigua, y más si es alguna parte abandonada, como se verifica de la literatura de los primeros españoles. Aun cuando hay testimonios expresos de escritores antiguos, muchas veces no basta la relación desnuda de los hechos. Si estos, a primera vista, se presentan repugnantes, se necesita que el historiador los haga verosímiles con reflexiones y cotejos. Pondremos uno u otro ejemplo. Fácilmente se dice —y en pocas palabras— que los romanos usaron de la espada española aun antes de las guerras púnicas; que nuestros naturales, desde tiempos bien antiguos, sabían dar fino temple al acero y que sus espadas eran las más célebres de la Antigüedad. Pero son menester muchas páginas y prolijos raciocinios para hacer verosímil esta noticia tan honorífica a nuestra nación y que da tan clara idea del ingenio y talento inventor de los españoles, como también de los progresos que habían hecho en las artes. Pues ¿cómo es creíble que los celtíberos y los gallegos, tenidos por pueblos bárbaros en aquellos siglos remotos, llevasen esta arte a tanta perfección que excedieron a las naciones más cultas y que estas jamás pudieron imitarlos? ¿Quién dará asenso a esta noticia si no se manifiesta el origen y la causa de este ventajoso adelantamiento de los españoles? Igualmente, se hace difícil que los romanos conocieses y usasen las armas españolas mucho antes de la segunda guerra púnica, que se cree haber sido la época de la primera venida a España y de su trato con los naturales. ¿Cómo se formará cabal juicio de la excelencia de este invento si no se compara con las armas ofensivas que usaban entonces las naciones más sabias y belicosas? Muy presto y en pocas palabras se dice que los turdetanos en tiempo de Augusto eran los más sabios de todos los españoles, que tenían libros y volúmenes de portentosa antigüedad. Para que no sea confusa esta idea y merezca el asenso, se hace preciso retroceder a siglos remotos para descubrir en la venida de los fenicios el origen y causa de este exceso que hacían los turdetanos a los demás españoles en materia de literatura. Para afirmar esta venida antigua de los fenicios ha sido necesario establecer la verdad de sus famosas navegaciones, que parecerían increíbles sin pruebas históricas. Tal es el enlace de los puntos difíciles de la historia antigua. En vano referiríamos los que hacen honor al ingenio y literatura de nuestros naturales si los dejásemos a merced de los lectores sin establecer a la luz de la crítica su verdad o verosimilitud. Esto pide muchas páginas: ni pueden ser tan breves las pruebas como las proposiciones. El método geométrico, que es el más natural y más económico, consume mucho más tiempo en resolver un problema que en proponerle: ni es posible sean tan cortas las demostraciones como los teoremas. Se tiene por bien empleado un prolijo discurso si al fin de él se convence o ilustra alguna verdad. No sucede otra suerte en la historia. La verdad de un solo hecho o de una simple proposición pide muchas averiguaciones: con la justicia de una sentencia un gran volumen de autos.

Lo mismo se debe decir acerca de otros asuntos que pueden parecer a los críticos fastidiosos o ajenos a nuestra historia o demasiadamente notorios y que, por tanto, pudieran omitirse, dándolos por supuestos en la noticia de los lectores. Yo preveo, decía Mr. Folard [13], que acaso mi obra parecerá muy difusa. La delicadeza de los sabios se queja comúnmente de lo prolijo de los autores. Es verdad que mi obra podía ser más sucinta para los eruditos, que tienen mucha penetración y entienden con media palabra. Pero escribo para todo género de personas, y es justo que los más ágiles se acomoden a la capacidad de los más tardos, según san Agustín decía a su pueblo: «tengan paciencia las águilas y den lugar a que se alimenten las palomas». Reconozco en mí el defecto de querer hacer muy claro y persuasible a otros lo que yo tengo por verdadero. Este me parece es el motivo que me obliga a ser más largo de lo que quisieran otros y aun deseara yo mismo. Igual satisfacción podríamos dar nosotros de la prolijidad que a primera vista aparece en nuestra obra.

Por lo que toca a la breve noticia de la literatura romana que damos al principio de este volumen y parece extraña del asunto, solo diremos que a nosotros nos parece muy propia y precisa para mostrar el origen de la española. La cultura y erudición romana es la fuente de la de toda Europa, a excepción de Grecia y, muy particularmente, de la de España, donde después de Italia dominaron los romanos más largo tiempo. Fuera de ese motivo general se halla una dependencia recíproca entre la literatura española y la romana. Los españoles se presentaron con tanto esplendor en aquel gran teatro que impidieron en Roma la pronta decadencia de las ciencias. Después del imperio de Augusto, los escritores españoles sostuvieron por algún tiempo el crédito de la literatura romana, como los emperadores de la misma nación fueron el apoyo del Estado. Con este subsidio pareció Roma recobrar nuevo vigor en la carrera de las letras y de las armas. No se pueden entender los progresos literarios que hicieron en Roma los españoles sin conocer el estado en que hallaron la literatura romana al principio del imperio. ¿Qué concepto se daría de las Declamaciones y Suasorias de Séneca el padre, las obras filosóficas del hijo, la Farsalia de Lucano, los Epigramas de Marcial, las Instituciones oratorias de Quintiliano? O ¿cómo se conocería el mérito de estas obras y sus autores sin saber el estado que en los siglos antecedentes habían tenido en Roma la poesía, la filosofía y elocuencia? Sabemos que mucho de lo que tocamos sobre el principio y aumento de la cultura romana se halla en varios libros. Pero estos son algo raros y acaso en ninguno se halla junto, reflexionado, metódico, puesto bajo un punto de vista. A lo menos, nosotros solo hemos visto dos obras que traten con orden histórico este asunto, pero ambas brevísimas y nada comunes. Tales son el Ensayo histórico sobre la literatura de los romanos [14] y la disertación de Cristóbal Celario Sobre los estudios de los romanos en la ciudad y las provincias. Pedro Crinito y Giraldo tratan solo de los poetas. Vosio, además, escribió de los historiadores latinos. Hanckio y Fabricio [15] de los escritores en método de biblioteca. Otros ilustraron varios ramos de la literatura romana. A ninguno de ellos podemos remitir los jóvenes para que tomen una leve tintura en este asunto. En los autores originales están muy esparcidas las noticias y solo puede descubrirlas un estudio particular con mucha reflexión y continua lectura de sus obras. Así solo se hallan completamente instruidos los sabios, y esto después de mucho trabajo. Pero los jóvenes que carecen de libros, de dirección y estudio profundo, sin este auxilio no son capaces de formar la idea correspondiente. Además de estas utilidades respectivas al «Plan» de nuestra Historia, hay una general y absoluta en adquirir alguna noticia y conocimiento de los autores que manejamos continuamente y se nos proponen por modelos. Con solo este prospecto de literatura romana se despierta el estudio de la historia literaria de esta nación —y aun de la historia literaria en general—, de la que hay tan profunda y perniciosa ignorancia.

Es visible con cuánta economía tratamos algunos puntos de la historia civil. Debemos suponer en los lectores alguna tintura de la historia romana. Verdad es que no todos la han profundizado leyendo con reflexión los autores antiguos, que son las fuentes. Pocos han leído todas las obras de Tito Livio, Dionisio Halicarnaseo, Polibio, Cicerón, César, Cornelio Nepos, Salustio, Plutarco, Apiano Alejandrino, Veleyo Patérculo, Cornelio Tácito, Lucio Floro, Suetonio, Dion Casio, los Plinios, Julio Capitolino y demás escritores de la historia augusta, Eutropio, Sexto Rufo, Paulo Diácono, Zonaras, Jornandes, etc. Pocos han manejado las colecciones de antigüedades, como la inmensa de Grevio, la de Sallengre o a los autores modernos que de algún modo han ilustrado este asunto, como Onofre Panvinio, Carlos Sigonio, Henrique Glareano, Esteban Pighio, Paulo Manucio, Juan Rosino con Dempstero, Samuel Pitisco, el Suplemento de Freinshemio, Juan Federico Gronovio y tanto como sobre este asunto se ha trabajado en la República de las Letras. Si la falta de oportunidad o de libros, si la primera edad aplicada a otros estudios, si el grave peso de negocios y ocupaciones no les han permitido versarse de propósito en un teatro tan difuso o, a lo menos, no pueden dispensarse de haber tomado una buena tintura en las obras de Rollin continuado por Crevier, la de Lorenzo Echard, las Revoluciones del abad Vertot, la Historia y Ritos romanos de Nieupoort, el Diccionario de antigüedades de Monchablon, los Principios y tablas cronológicas de Lenglet o los Elementos de Vallemon [16], de otro modo formarán una idea imperfecta y confusa de esta parte de nuestra historia literaria. Aun en la historia civil de España deben estar algo instruidos los lectores para leer con diligencia y utilidad la de su literatura. Como no podemos más que insinuar los sucesos civiles y militares conforme al «Plan» de nuestra obra, se debe suponer esta noticia tomada de Ambrosio de Morales, de Garibay, de Mariana, de Resende [17] y otros que se contienen en la España ilustrada de Andrés Escoto. Todos estos preparativos son necesarios para la inteligencia de nuestra obra. ¿Qué diremos de los que, sin haberlos visto —y, algunos, ni oído—, se introducen a censurarla? Solo diremos que es muy cómodo el oficio de censores cuando no aspiran a ponerse en estado de jueces idóneos.

No dudamos que este periodo de nuestra historia en que se trata de la literatura de los españoles recibida de los romanos será más del agrado de los lectores que los antecedentes. ¡Qué espacioso y ameno campo se descubre a nuestra curiosidad! Hasta aquí hemos visto escasas fuentes y pequeños arroyos fecundar parte de nuestro terreno, haciendo brotar entre malezas y espinas bellas flores de literatura más por vigor de la naturaleza que por esfuerzos del cultivo. Para descubrir estas noticias entre la oscuridad de los siglos y la falta de documentos ha sido menester que el microscopio de la conjetura supla las luces de la historia. Como los astrónomos para vencer la distancia de los cuerpos celestes, nos hemos valido de la observación y los tubos ópticos. De este modo, reflexionando la virtud de las causas, hemos descubierto en ellas no cuerpos formados de erudición, sino compendios seminales, bosquejos y delineaciones informes de los efectos. Nadie podrá con justicia acusar el rumbo y el conato por más que nuestra cortedad de vista y distancia de las cosas alguna vez nos haya hecho representarlas de diferente modo, grandeza o figura que son en realidad, como sucede a los ojos corporales cuando registran distantes los objetos o al tiempo de los crepúsculos, no bien distinta la luz de las sombras. Ni son de menos gusto o importancia los descubrimientos, aunque estos primeros avisos no tengan toda la certeza que logran después con la exacta noticia y puntual descripción de los sucesos. Cristóbal Colón no pudo informar de la América con la particularidad que Cortés, Valdivia y los Pizarros. Pero su descubrimiento de esta parte del mundo, aunque en confuso y general, fue de más importancia para la historia que las noticias claras y experimentales de los otros. Si este grande hombre para su viaje hubiera esperado demostraciones, la noticia del Nuevo Mundo se quedaría para siempre entre las sombras de la antigüedad. Así que el rumbo analítico [18], aunque no tan arreglado a la certeza y despejo de la historia, es indispensable en el que descubre países desconocidos y pisa terreno vacío de vestigios humanos. Muchas veces, a pesar nuestro, hemos repetido esta protesta que acaso está demás para los sabios y no basta para los malévolos e ignorantes.

Pero ya, como decíamos, comienza a dejarse ver en toda su grandeza el copioso fruto de la erudición española con la cultura romana. No ya raudales cortos en limitada corriente, sino caudalosos ríos de erudición inundan toda la península sin que impidan su curso la distancia de los lugares o la aspereza de los montes. Aunque esta parte de historia que hace al presente el objeto de nuestra consideración por respeto a los siglos anteriores es más deliciosa y abundante, con todo ha ejercitado mucho nuestra diligencia para discernir y poner en orden las noticias literarias separadas del grueso de los sucesos, entre quienes se hallan esparcidas y confusas en los escritores griegos y latinos. Ha sido preciso recoger y examinar a esta nueva luz todos los historiadores, poetas, filósofos, oradores, filólogos y gramáticos antiguos y, además, muchos escritores modernos que de propósito o con alguna ocasión ilustraron estos puntos, extractar y apuntar para socorro de la memoria este cúmulo de noticias, examinar su verdad con la reflexión y la crítica, después de todo combinar y reunir en un cuerpo de historia [19] tantos cabos sueltos y especies heterogéneas o de diferente naturaleza. Trabajo inmenso, superior a las ideas cómodas de los lectores y cuya experiencia excede al concepto que nosotros mismos teníamos de su dificultad. Esta sería insuperable o, a lo menos, solo podría vencerse con lentitud y a fuerza de muchos años si nuestra constante firmeza, adición al trabajo y celo de la gloria de la nación no hubiesen cobrado nuevos alientos con la generosa protección de nuestro amable soberano y de sus sabios ministros, con especialidad uno igualmente ilustre por su casa, su dignidad y su persona, en quien compiten el celo de la justicia, el amor de la patria, la estimación de los literatos, cuyo talento sublime, mérito sobresaliente y conjunto raro de prendas le hacen superior a la envidia y a la alabanza; en fin, que realza con maravillosa unión la virtud militar de Agripa y el amor a las musas de mecenas, haciéndonos esperar que, por una feliz revolución de la literatura, renazca en nuestra edad en España el dichoso siglo de Augusto.

  1. Los Mohedano recuerdan que una de las finalidades principales de su obra es contribuir a la gloria de la nación española, pero esta vez ponen ese interés en boca de los lectores como justificación de sus propias pretensiones.
  2. Como se explica en el tomo I de la obra, el modelo es diferente. No se trata aquí de seguir una metodología de repertorio como la de Nicolás Antonio, sino de advertir los procesos históricos que configuran la literatura española acercándose, pues, al concepto moderno de historiografía literaria.

  3. La equiparación de la historia literaria con la civil, la natural, la política o la militar es una constante a lo largo de este prólogo y de otros. Sin duda, coadyuvan al sostenimiento de los postulados de sus autores, incorporando ejemplos que permiten identificar la naciente historiografía literaria con disciplinas de la historia con una trayectoria mayor.

  4. Esta imagen la vamos a encontrar, referida a los escritores destacados y a sus obras, en varios puntos del «Prólogo».

  5. Independientemente de las necesidades y de la voluntad de los lectores, una obra como la Historia literaria debe cumplir con el «Plan» establecido en el tomo I, pues la ausencia de esa organización no satisfaría ni los objetivos de la obra, ni su correcta lectura ni la divulgación coherente de contenidos.

  6. Pueblos itálicos prerromanos situados al sur del Lacio (los albanos y, al sureste de estos, los volscos) y al noreste (los ecuos).

  7. La poética neoclásica admitía una representación de la realidad (mímesis) que fuera verosímil y no totalmente arbitraria.

  8. Célebres dirigentes históricos de Asia Menor. Creso fue el último rey de Lidia, en el siglo V a. C. En la siguiente centuria, Jerjes I fue rey de Persia, imperio que había conquistado Lidia.

  9. General romano que llegó a ser cónsul en el siglo II a. C.

  10. Quinto Fabio Máximo Cunctator, dictador romano a comienzos del siglo II a. C.

  11. (Nota del autor) Tito Livio, Ab Urbe condita, libro XLIV, 22.

  12. Aldrete fue un gramático español de los siglos XVI y XVII que publicó Del origen y principio de la lengua castellana en 1606. Núñez de León, un historiador luso del XVI que publicó una historia de Portugal y una genealogía de sus monarcas. Mayans es uno de los más prolíficos ilustrados; destaca sus Orígenes de la lengua española, una obra de 1737.

  13. (Nota del autor) Folard, Jean-Charles de, «Préface du commentateur», en Histoire de Polybe, nouvellement traduite du grec par Dom Vincent Thuillier, Bénédictin de la Congrégation de Saint Maur. Avec un commentaire ou un corps de science militaire, enrichi de notes critiques et historiques, ou toutes les grandes parties de la guerre, soit pour l'Offensive, soit pour la Défensive, sont expliquées, démontrées, et représentées en Figures. Ouvrage très utile non seulement aux Officiers Généraux, mais même a tous ceux qui suivent le parti des armes. Par M. de Folard, Chevalier de l'Ordre Militaire de Saint Louis, Maître de Camp d’Infanterie, t. I, París: Pierre Gandouin, Julien-Michel Gandouin, Pierre-François Giffart y Nicolas-Pierre Armand, 1727, p. IX.

  14. Esta obra de Basil Kennett fue publicada por primera vez en 1696 y llevó por título Romae Antiquae Notitia or The Antiquities of Rome. A lo largo del siglo XVIII tuvo varias ediciones. Fue extractada como Essai historique sur la littérature des romains en las Mémoires pour l’histoire des sciences et des beaux arts, más conocidas como Mémoires de Trévoux; concretamente entre las páginas 252 y 270 del segundo volumen de enero de 1751 y entre las páginas 466 y 487 del mes de febrero del mismo año.

  15. Celario fue un historiador alemán del siglo XVII que abordó diferentes temas de historia antigua en sus conocidas disertaciones. La que se cita en la obra de los Mohedano es De studiis Romanorum litterariis in Urbe et provinciis, publicada por vez primera en 1698. Crinito y Giraldi son dos eruditos que, efectivamente, trataron sobre los poetas en sus obras: De poetis Latinis en el caso de Crinito y, De historia poetarum tam Græcorum quam Latinorum dialogi decem, entre otras, en el del italiano Lilio Gregorio Giraldi. La obra de Juan Gerardo Vosio que citan los Mohedano es De historicis Latinis libri III. Martín Hanckio escribe De scriptoribus rerum Romanarum. De Juan Alberto Fabricio debemos destacar sus Bibliotheca Latina y Bibliotheca Græca.

  16. Los Mohedano hacen un alarde de erudición al citar a numerosos historiadores clásicos, unos más celebrados que otros. Salvo Capitolino, los del primer grupo pertenecen cronológicamente a los siglos I a. y d. C., los del segundo al período medieval (con la excepción de Sallengre) y los del tercero y los últimos a la modernidad europea.

  17. Los Mohedano incluyen varios historiadores del Renacimiento español.

  18. Los autores ahondan en la caracterización del método historiográfico que siguen, ahora con la necesidad de que los hechos tengan su reflexión crítica y no sean vertidos sin más en las obras.

  19. Los Mohedano señalan aquí cómo han trabajado para componer su obra: revisión bibliográfica de numerosos autores y de varias disciplinas, cotejo de sus afirmaciones, reunión de los extractos y análisis de esos datos. Como se ve, es una aproximación a los métodos actuales de investigación histórico-literaria.