Biblioteca de la Lectura en la Ilustración
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Identificación

Carta publicada por el Correo de Madrid injuriosa a la buena memoria de Miguel de Cervantes. Reimprimese con notas apologéticas fabricadas a expensas de un devoto [Don Tomás Antonio Sánchez] que las dedica al autor del don Quixote de la Mancha

Pedro Estala
1788

Resumen

La Carta publicada en el Correo de Madrid injuriosa a la buena memoria de Miguel de Cervantes tiene por objeto esclarecer la autoría de la novela del Curioso impertinente, que, en noviembre de 1787 había sido cuestionada por Pedro Estala en una misiva impresa en el mismo periódico. En ella, el filólogo manchego afirmaba que la novela cervantina había aparecido en la Silva curiosa de Julián de Medrano en el año 1583 y que, por tanto, el autor del Quijote la había hurtado para incluirla en su novela. 

Las pesquisas de Estala serían refutadas por el anónimo impugnador que firma la carta que nos ocupa con el seudónimo de Zaguan Aliàs, y que más adelante sería identificado por Aguilar Piñal con el medievalista Tomás Antonio Sánchez. En su respuesta, Sánchez señala que la primera edición de la Silva en 1583 no cuenta entre sus páginas con el Curioso impertinente, y que la novela cervantina no fue incluida hasta la segunda impresión de la antología en el año 1608.

Descripción bibliográfica

Estala, Pedro, Carta publicada por el Correo de Madrid injuriosa a la buena memoria de Miguel de Cervantes. Reimprimese con notas apologéticas fabricadas a expensas de un devoto [Don Tomás Antonio Sánchez] que las dedica al autor del don Quixote de la Mancha, Madrid: Antonio de Sancha, 1788.
34 pp., 8º. Sign: BNE U/9526 (1).

Ejemplares

Biblioteca Nacional de España

PID bdh0000094426

Bibliografía

Aguilar Piñal, Francisco, «Anverso y reverso del Quijotismo en el siglo XVIII», Anales de Literatura Española, 1 (1982), pp. 207-216.

Aguilar Piñal, Francisco, «Cervantes en el siglo XVIII», Anales cervantinos, 22 (1983), pp. 153-163. 

Cañas Murillo, Jesús, ed., Blas Nasarre, Disertación o Prólogo sobre las comedias de España, Cáceres: Universidad de Extremadura, 1992.

Cañas Murillo, Jesús, «Una apología cervantina en la era de la ilustración, la carta publicada en El correo de madrid, de Tomás Antonio Sánchez», Anuario de estudios cervantinos, 5 (2009), pp. 147-164. 

Rey Hazas, Antonio y Juan Ramón Muñoz Sánchez (eds.), El nacimiento del cervantismo. Cervantes y el Quijote en el siglo XVIII, Madrid: Verbum, 2006.

Cita

Pedro Estala (1788). Carta publicada por el Correo de Madrid injuriosa a la buena memoria de Miguel de Cervantes. Reimprimese con notas apologéticas fabricadas a expensas de un devoto [Don Tomás Antonio Sánchez] que las dedica al autor del don Quixote de la Mancha, en Biblioteca de la Lectura en la Ilustración [<https://www.bibliotecalectura18.net/d/carta-publicada-por-el-correo-de-madrid-injuriosa-a-la-buena-memoria-de-miguel-de-cervantes-reimprimese-con-notas-apologeticas-fabricadas-a-expensas-de-un-devoto-don-tomas-antonio-sanchez-que-las-dedica-al-autor-del-don-quixote-de-la-mancha> Consulta: 07/10/2024].

Edición

PRÓLOGO

Zaguan Aliás

Voto al chápiro que si yo fuera animal asustadizo, me hubiera asustado mucho con la funesta, aunque falsa noticia que me trajo un correo de malas nuevas: correo que no ha mucho lo fue de los ciegos, y ahora parece serlo de los que no ven. Ella es una grandísima bagatela, pues solo se reduce a que Miguel de Cervantes, autor del Don Quijote de la Mancha, fue un gentil ladronazo, que robó la hacienda agena para aumentar la suya, apropiándose partos que a otros habían costado muchos dolores. Va de historia.

En el Correo de Madrid del Sábado 3 de Noviembre de 1787, número 118, que llegó tarde a mis manos, y nunca él hubiera llegado; desde la página 518, columna 2, se leen dos cartas tan importantes a la felicidad pública y bien del reino, que ambas pudieran y debieran arder en un candil. La primera tiene esta prevención: Carta. Por donde sabemos que no es rábano, ni alcachofa, ni berdolaga, ni cosa que de comer sea, sino carta. Y ciertamente es muy linda para probar que la princesa no es precisamente la mujer del príncipe, como lo dijo uno que viajando a manifestar su erudición política, se perdió en el camino.

A la segunda que es mas lastimosa, precede esta advertencia: Otra. Esta palabra me trajo a la memoria una burleta de que fui testigo andando a la escuela. Perdóneme el lector que se la cuente. Un muchacho llevaba un libro de cartas para leer en él. La primera tenía como por cabeza Carta. Todas las demás tenían encima Otra. Otro muchacho que era la piel del diablo, y a quien parece soplaba las travesuras el mismo Satanás, le tomó el libro al descuido y con cuidado, y bonitamente puso a cada Otra una P al principio, que le hacia decir cosa muy diferente de la que decía. Volviósele después a su lugar con la misma gracia; y cuando el chico estaba dando la lección, el maestro que vio aquella diablura, si no se le fueron las aguas de pura risa, creo que estuvo muy apique de sucederle.

Dejemos aquí el cuento, mientras yo pruebo a ver veamos si acierto a imitar a algunos eruditos, que no teniendo cabeza ni caudal propio para componer una obra, publican obras ajenas, y les ponen notas, a fin de ingerir sus nombres con los de los escritores, y poder decir: todos aramos. Lo cual se llama montar a las ancas de los autores. Voy, pues, ahora a ver si aquella segunda Carta, aquella Otra, o aquella P sufre ancas. Mas claro, voy a ponerle notas. Pero antes será bien numerar los párrafos de que se compone para dar mas claridad á mis comentarios. La carta es del tenor siguiente:

CARTA

1. Otra. Señor editor, y muy señor mió: hasta aqui había vivido en la inteligencia de que las novelas que nuestro Cervantes ingirió en su famoso Don Quijote eran partos de su ameno ingenio [1], pero llegó el tiempo de pensar de otro modo [2], sin embargo de que a nadie de palabra ni por escrito he oído ni visto dudar de ello [3].

2. Es, pues, el caso que, hallándome los dias pasados con la manía [4], o llámela vuesa merced gusto [5] de recorrer unos librillos viejos que me sirvieren de gasto, y ahora de gusto, tropecé [6] con uno en octavo intitulado la Silva curiosa de Julián de Medrano, caballero Navarro, por otro nombre Julio Íñiguez, y la que dedicó en 25 de Enero del año de 1583, a la reina Margarita de Navarra, 24 años antes que Cervantes diese a luz la primera parte del Quijote. En esta Silva al fin está la novela del Curioso impertinente en los mismos términos que la puso Cervantes [7].

3. El ejemplar que yo he visto y tengo está impreso en 1608 [8] en París; mas ya hubo otra impresión anterior; pues en la fachada hay estas palabras: corregida esta nueva edición, y reducida a mejor lectura por César Oudin. 

4. Nicolás Antonio solo parece tuvo noticia de esta impresión del año ocho y no de la anterior; pero las referidas palabras no dejan duda de que esta obra salió primero a luz antes de dicho año, lo que junto con la fecha de la dedicatoria, hace ver que Cervantes la tomó de ella, no creyendo haber inconveniente, o persuadido a que no se le descubriría el hurto, si así puede llamarse [9]

5. Si vuesa merced hallase esta noticia digna del público, usará de ella en su correo, sino hará lo que gustase, que de cualquier modo me daré por satisfecho, y siempre seré seguro servidor de vuesa merced, cuya vida guarde Dios muchos años.

Madrid, 27 de octubre de 1787.

E.E. de A. [10] 

 

APENDIZ

Aténgome a la gracia de un refrán que dice: hablen cartas y callen barbas. Algunos días después de escrito este papel, esto es, el 26 de febrero de 88, se recibió en Madrid una carta de París, escrita por un español erudito y condecorado, residente en aquella Corte, que dice así:

París, 15 de febrero de 1788. Muy señor mío y amigo: efectivamente se halla en esta biblioteca la obra de Julián de Medrano, de que usted me habla en su carta de 19 del pasado enero, impresa en París en casa de Nicolás Chezneau en el año de 1583. Consta de cuatrocientas cuarenta y ocho páginas; pero no tiene la novela del Curioso impertinente. Pues si no la tiene, vítor el autor de la Carta y vítor el autor del Correo; que la novela del Curioso impertinente se imprimió la primera vez en la primera parte del Don Quijote el año de 1605 y, tomándola de allí César Oudin, la puso en la Silva curiosa el de 1608 como yo apostaba sin haberlo visto, en la página XX de este papelejo. Y, por consiguiente, Miguel de Cervantes queda plenamente absuelto de la atrevida y temeraria censura de plagiario y salteador de libros con que intentaron manchar su fama en el Correo de Madrid del sábado 3 de noviembre de 1787, número 108. 

En vista de un convencimiento tan palmario, ¿qué dirá el eruditísimo autor de la saladísima carta? Ya se le podrá oír. Pero diga lo que quiera. Yo siempre diré lo que siempre he dicho, y lo repito ahora: y es que el que no es bueno para podenco no vale nada para crítico. Cuando no alcanza la vista, es menester que supla el olfato; y nuestro autor, voto a sanes, no ha de sacar por el rastro ni siquiera una lagartija; pues, por lo que se ha visto, ni tiene narices críticas ni sabe el arte de rastrear. Si otra vez, suadente diabolo, se metiere a crítico, en lo que hará muy mal, antes de afirmar una proposición, y más si tiene algo de novedad o de ofensa como la pasada, estudie, rastree, averigue, trabaje, consulte y después resuelva. Pero no señor, quiso ahorrar el trabajo de averiguar, y echó por el atajo de afirmar que es más descansado. Como si hubieran llegado a sus oídos dos sentencias que dicen: más vale rodear que mal pasar; y no hay atajo sin trabajo. Y así, por evitar rodeos y no detenerse en quisquillas y bagatelas de averiguaciones, afirmó una mentira, que como soy pecador, no tiene pizca de verdad ni aún tufo de credibilidad como lo ha visto con más evidencia de la que quisiera. En una palabra: ha visto que Cervantes no hurtó la novela del Curioso impertinente

  1. (Nota del autor) Mucho me alegro de hallar en este primer párrafo material con que tapar o tapiar la boca a un charlatán de profesión, disputador sempiterno, que, por disputar, todo lo disputaba. El cual, habiendo oído decir a un crítico en cierta conversación que desde la página 26 hasta la 32 del libro intitulado ... todo era parto de otro ingenio, aunque el autor lo vendía por suyo, replicó que, siendo ingenio y, por consiguiente macho, mal podia parir. Oficio y privilegio de las hembras que renunciarían de buena gana.

Trajo aquello de Compare,
¿la burra que os dí, pare
Grandísimo borracho,
¿cómo ha de parir si es macho?

Si el autor de nuestra carta hubiera de responder a aquel hablador de oficio y de por vida, le daría en los hocicos y le haría la mostaza con un Horacio impreso en Londres cum notis variorum, y encuadernado en pasta, para que le hiciera alguna impresión aquello de los montes cuando estaban de parto y se esperaba el feliz alumbramiento de una sabandija, como la carta que comentamos. Ello es que el mundo ha querido que los hombres paran, que los montes paran, y que los ingenios paran. Paran, pues, o rebienten, si están preñados, y pésele a quien le pesare. Parió el ingenio, aunque macho de nuestro autor, una carta, un engendro injurioso a la ilustre memoria de Cervantes, pues reniego del padre que le parió.

  1. (Nota del autor) Este sí que se llama ser inventor y autor original de un desvarío; y es tanto más fácil serlo, cuanto es difícil y casi imposible que ninguno se haya atrevido a decirlo de palabra ni por escrito, por no ser notado de botarate. Si yo publicara en un papel tal como la carta que tengo entre manos, que las siete cabrillas bien ordeñadas abastecen de leche para el café diario que se sirve a la mesa de Saturno, y que sobra para todos sus satélites; ¿no diría una gracia que de nadie de palabra ni por escrito había oído, ni visto? Sin duda. ¿Tendríame el mundo por un insigne badulaque? Sin duda. Y, ¿no sería yo un autor original de semejante despropósito? Sin duda. Perdónenme los que afirman con sobrada osadía que no hay desvarío por enorme que sea que no esté ya dicho y repetido. Hay muchos por decir que están reservados para ciertos amigos de aquel gran ladronazo Cervantes, por los cuales han de adquirir la gloria inmortal de inventores y autores originales. Yo de mi aseguro que no me dan calor semejantes glorias. Otra cosa son las glorias de Campos. 
  2. (Nota del autor) ¿Manía?  Dios nos libre de semejante enfermedad, que, según dice Dioscórides, es una especie de locura contra la cual se da con mucha utilidad el eléboro negro. Si yo conociera al autor de la Carta siquiera para servirle, le aconsejaría por caridad que tomase en ayunas por la mañana y tarde todos los días del año una buena dosis de aquella yerba y usque ad satietatem siempre que le viniese algún mal pensamiento de infamar a cualquier prójimo, verbigracia a Miguel de Cervantes. Preguntárame por ventura algún curioso si es lo mismo manía que esplín. Responderéle que la manía es una especie de furor, lo demás doctores tienen el Real Protomedicato que lo sabrán responder, así lo supieran curar. Lo que yo digo ahora es que me va viniendo no sé qué ganilla de disculpar al autor de nuestra Carta, que acaso la concibió y la parió durante su manía o enfermedad. 
  3. (Nota del autor) El editor del Correo que fue el comadrón en el parto de aquel engendro llame norabuena gusto lo que es manía y allá se las haya con ella; que yo en mi Diccionario y en mis Súmulas nunca pondré por sinónimos ni equipolentes dos voces toto celo distantes. En cuanto a la pueril y vulgarísima paranomasia de gasto y gusto con que el autor se deleita, confieso con otra que le hice mal gesto cuando la leí porque pensaba yo, y con razón, que ya se había acabado la ridícula moda de emporcar el estilo con semejantes suciedades: bien es verdad que ahora se afea con otras, tales como las de la Carta que comentamos. 
  4. (Nota del autor) Los que tropiezan, alcen la pata, que es remedio probado. El que la lleva arrastrando tropezará, no digo con un libro en 8º con un pliego de papel tropezará. Si el autor de la Carta prosigue escribiendo, lo que no le aconsejo, le pronostico sin ser astrólogo, que no será éste el ultimo tropiezo. Uno le he notado, y éste ha sido original. ¿Porque, dónde se creerá que tropezó? Allá fue á tropezar y caer donde no habia tropezado ni caido otro hijo, de Adan, ni tropezaria ni caería ningun cegato de quantos sostiene la redondez de la tierra, y ha sostenido el Correo de los ciegos. Quiera Dios alumbrarle para que vuelva á caer, h. e. en la cuenta: que por fin, el que cae de su asno, no cae, se levanta. Pero desconfio mucho de tan dichosa caida, si el cielo no hace toda la costa. Porque, «cataratas en la razón, mal incurable», decia un oculista moderno gran batidor de cataratas. Interin sufra Cervantes otro mal incurable; pues ya no tiene remedio el haberse publicado por impreso, y esparcido por medio del Correo, que fue un plagiario descomunal. Nescit vox missa reverti.
  5. (Nota del autor) Así es. Este libro se intitula: La Silva curiosa de Julian de Medrano, Caballero Navarro. En que se tratan diversas cosas sotilísimas y curiosas, muy convenientes para damas y caballeros en toda conversacion virtuosa y honesta. Corregida en esta nueva edición, y reducida á mejor lectura por Cesar Oudin. Vendese en París, en casa de Marc Orry, en la calle de Santiago á la insignia de Lyon Rampant. MDCVIII. Tal es la portada del libro con su insignia y todo, y unas letras que dicen: Ad astra per astra virtus. En la qual portada el autor, y juntamente colector, se llama Julian de Medrano. Y pues él mismo se nombra y se firma Julio Iñiguez de Medrano al principio y fin de su dedicatoria a la Reina Doña Margarita de Navarra, este segundo debe tenerse por su nombre verdadero.
    El asunto de este libro no es un asunto, sino muchos. Es una colección de sentencias, versos, prosas, refranes, epitafios, enigmas, cuentos, aventuras, &c. en que Medrano parece tener una buena parte como autor, y no menor como colector. Por dicha portada parece tambien que este libro se imprimió el año de 1608, y de la pag. 271, consta, que esta impresion fue la segunda. Léese allí la advertencia siguiente: Estos dos epitafios siguientes fueron añadidos á esta segunda impresión por Cesar Oudin, el qual los cobró de dos Caballeros Tedescos sus discípulos. El uno es del Emperador Carlos V., y es hecho en latin: el otro es de la Verdad, escrito en Español, el qual es tambien traducido en Frances por el dicho Cesar. Púsolos alli Cesar Oudin para entretenimiento de los lectores; y yo sin ser Oudin, ni Cesar, ni nada, tambien los pongo aqui para lo mismo: «Epitafio del emperador Carlos V: Hic jacet intus/Carolus Quintus./Vos qui transitis per ibi,/Orate pro sibi:/Et si estis mille,/Orate pro ille/Et dicite bis aut ter/Ave Maria et Pater nostér». «Epitafio de la Verdad: Aquí yace la verdad/A quien el mundo cruel/Mató sin enfermedad,/Porque no reinase en él/Sino mentira y maldad». Queda el lector divertido con estos epitafios, y al mismo tiempo instruido con la advertencia antecedente de que la impresión de esta Silva curiosa de que tratamos es la segunda. Pero por no incurrir en la nota de ligereza, no nos atrevemos a afirmar, como lo afirma el autor de la Carta que se imprimió en París, aunque se puso de venta en aquella capital, ni tampoco que la primera impresión se hizo el año de 1583, aunque la dedicatoria tiene esta fecha. De obras impresas en un lugar, puestas de venta en otro, de libros dedicados un año, impresos muchos años después, cuando quiera el autor de la famosa Carta, le mostraré lleno un estante y habitante en este mi estudio, que es muy suyo, para que se desengañe, y sea otra vez un tantico más cauto y circunspecto en afirmar lo que no sabe. Pues en este susodicho libro después de los epitafios y, por remate, fin y postre de la Silva se halla la novela del Curioso impertinente. Lo que falta es averiguar si la tal novela se halla en la primera impresión de la Silva, aunque no han faltado ni faltan diligencias para averiguarlo. Mientras se averigua o no se averigua, siquiera por un momento, demos por averiguado que se halla, y tenga norabuena el autor de la Carta ese alegrón momentáneo y escurridizo. ¿Diremos por eso que Cervantes la hurtó de aquel libro? Sería mal dicho, como se verá adelante. Supongamos, por otro momento, que no se halla. ¿Juraremos por eso que no la hurtó? Tampoco. Solo podremos asegurar que no la hurtó de aquel libro. Pero hallándose la primera vez, como lo creo, en el Quijote, el que diga que Cervantes la hurtó, allá se las haya con su temeridad, que yo no pondré mi juicio con el suyo. 
  6. (Nota del autor) Dice el autor de la Carta gloriosa, que su ejemplar estaba impreso en 1608. Como estos números son para mi arábigos, pregunté la significación de ellos a un amigo, que entre sus libros tenía un autor llamado Erpenio. Díjome que significaban el tamaño del libro de que se trata, que como hay libros impresos en folio, en 4º, en 8º, en 12º, en 16º, en 24º y estos últimos son tan pequeños que se le van a uno de entre las manos; así aquel libro parece que estaba impreso en 1608º. Hombre de Satanás, le repliqué enfadado, ¿no ve vuesa merced que si desde folio hasta 24º mengua tanto el tamaño de un libro, desde 24º hasta 1608 menguará de modo que será menester que le escriban los ángeles, le impriman los ángeles, le encuadernen los ángeles y le lean los ángeles, y, estaba por decir, poniéndose gafas? Con que raigase vuesa merced de los cascos semejante despropósito. Pues será otra cosa, dijo. Créolo, le respondí; pero cual sea esta, hoc opus, hic labor est: que quiere decir aquí fica o punto. ¿Si acaso aquellos números, dijo, denotarán el de los pliegos o de los folios o de las páginas en que está impreso el tal libro? Véale vuesa merced aquí, le respondí, que no pasa de la página 328. Lo que yo creo es que los números significan el de los años en que se imprimió. Eso no, voto a tal, dijo al punto, porque de ese modo el libro se imprimió en 1608 años, lo cual es una cosa muy despropositada por muchísimas y más razones que vuesa merced no puede ignorar. Que un palacio se edifique en 20 añis, una obra se imprima en 30, o cosa tal, eso vaya, pero que un libro se imprima en 1608, a otro can con ese hueso, y si el can no le quiere, vaya vuesa merced y cuénteselo a su abuela. Lo que me ocurre ahora es que el autor de la Carta quiso decir el año de 1608. Antes creo yo, le repliqué, que no quiso decirlo, pues en su mano estaba y no lo dijo, y, si quiso significar eso que vuesa merced le interpreta, quiso muy mal porque nuestros buenos hombres, que en paz descansen, y la lengua castellana, que Dios haya, no sufrían se dijese: «San Fernando murió en 1252, la Biblia Moguntina se imprimió en 1462»; siempre decían: «el año de 1252, el año de 1462». Pues yo, dijo, en muchos libros castellanos leo a cada paso: «en 1490, en 1736», por «el año de 1490, el de 1736». Eso, le dije, lo verá vuesa merced en libros modernos, cuyos autores han estudiado su lengua por los franceses. Véolo, dijo, en libros cuyos autores tienen gran crédito por su literatura y mucho que comer por su sabiduría. Y, en llegando al patriotismo, ninguno más patriotas. Serán todo lo que quieran, dije. Serán muy sabios y serán muy ricos, y Dios les haga bien con lo suyo, pero en llegando a nuestra lengua, menos a ella, a todo extienden su decantado patriotismo. En cuanto a esto tenía mucho que decir, sed nunc non erat his locus. Solo diré una cosa que ha mucho tiempo me está hormigueando en la imaginación; y es que la lengua castellana rica, hermosa, y grave cual ninguna, se va haciendo hija de la francesa y nieta de la latina, cuya primogénita era cuando Dios quería. Todo se debe a ciertos patriotas, tan amantes de su idioma que cambiarían de buena gana el don por el monsieur. Y ya que no hay lugar a este canje, se contentan a mas no poder con que todas sus maneras sean amonsiuradas
  7. (Nota del autor) Parece verdad que don Nicolás Antonio solo tuvo noticia de la impresión del año de 1608 y esta la tomó de la biblioteca manuscrito de Tomás Tamayo de Vargas, no haciendo más que poner en latín lo que ete había puesto en castellano. Si la hubiera tenido de otra, la hubiera dado según su costumbre. También parece verdad que hubo otra impresión anterior que no hemos visto, ni sabemos si se hizo el año que tiene por fecha la dedicatoria. Pero de aquí, ¿qué pretende sacar en limpio el autor de la graciosa Carta? ¡Ahí es nada lo que pretende! Pretende lo primero que la Silva curiosa se imprimió la primera vez antes del año de 1605 en que se publicó la primera parte del Don Quijote de la Mancha. Mal pretendiente, pues no lo prueba. Pretende lo segundo, que como aquel libro se dedicó a la reina doña Margarita el año de 1583, ya entonces contenía la novela del Curioso impertinente. Mal pretendiente, pues no lo prueba. Pretende lo tercero, que Cervantes no escribió ni pudo escribir dicha novela antes que se publicase la primera vez la Silva curiosa. Mal pretendiente, pues no lo prueba. Pudo Cervantes haberla escrito algunos años antes, pues tenía edad para ello, y haberla comunicado a algún amigo para que la publicara callando su nombre, a fin de probar por este medio, como se recibirían después sus novelas; que parece fue el fin de ponerla en su Quijote, como también la del Cautivo, no con la mayor oportunidad, como algunos justamente han advertido. Mas no se contenta nuestro autor con despojar a Cervantes de la novela del Curioso impertinente, sino que extiende su caridad a todas las demás que ingirió en el Quijote, como adquiridas en el monte de Torozos o en el puerto de Rebatacapas, a fuerza de traiciones y picardías, que así lo piensa en el número 1 de su estupenda Carta. Parecióle con esto, o por mejor decir, soñó que de este modo descargaba un golpe mortal sobre su cabeza, dando de costillas con un coloso, cuyo ingenio original, festivo, y maravilloso, han celebrado todas las naciones cultas del universo, y celebrarán mientras reine el buen gusto y aún el malo, y no falte la gana de instruirse y entretenerse al mismo tiempo. Soñó un Pigmeo que luchando por amores de su enana con un descomunal gigante, le había tumbado patas arriba. Despertó, hallóse burlado y, como era poeta, dijo: «Soñaba yo que tenía/alegre mi corzaón;/mas a la fe, enana mía,/que los sueños sueños son».Sueñe, pues, nuestro autor cuanto quiera y ladre en sueños a Cervantes hasta desgañitarse, si intenta ver sus pretensiones vueltas el sueño del perro. La liebre que levantó no es para sus alcances. Y como dijo un poeta antiguo llamado anónimo: «No es dado a las tortugas/seguir águilas cabdales». Si el autor de la maravillosa Carta hubiera considerado con un poco de madurez el berengenal y las berengenas, que haberse atrevido a tratar a Cervantes de plagiario o infame en la república de las letras. Son muchos los medios y caminos que se ofrecen al más limitado ingenio para descargarle de tan fea nota; y no habiéndose hecho cargo de ninguno el autor de la Carta, el haberle tratado de ladrón, no digo que haya sido todo una malicia refinada, sino que ha habido un si es no es de sobrada ligereza. El primer camino es, que Cervantes el año de 1583 dejaba 36 de vida a las espaldas, edad suficiente para haber compuesto la novela del Curioso impertinente, y que anduviese ya en las manos de algunos amantes de semejante literatura, como se ve que lo fue Julián de Medrano. Y, por consiguiente, aun cuando esta novela se hubiese impreso, que no lo creo, en la Silva curiosa el año de 1583 faltaba mucho para probar que Cervantes no había sido el verdadero padre de esta criatura. A primero de febrero del de 1584 aprobó la Galatea Lucas Gracián de Antisco. Sin duda esta obra la habría escrito Cervantes el año de 83, o antes. Pues, ¿qué mucho que también hubiese ya entonces compuesto la novela? El segundo camino es que César Oudin intérprete y maestro de lenguas, fue muy amante de la castellana, muy apasionado del Quijote, que tradujo al francés y se imprimió en París el año de 1620 en 8º. Pues ahora apostaría yo un buen estirón  de orejas con el autor de la Carta a que Oudin, aunque no lo dice, fue el que añadió a la Silva la novela de que se trata como asunto entretenido propio de aquella obra. El tercero. No se le ha conocido padre a esta novela distinto de Cervantes, ni otro se ha servido ni atrevido a prohijarla. Medrano, caso que alguno quiera atribuírsela, ni padrastro merece llamarse, si se juzga por su estilo comparado con el de la novela. En la dedicatoria de este caballero navarro el primer período es tan extremadamente lacónico y sucinto, que solo tiene la miseria de 36 renglones de letra pequeña, que ni permiten descanso en el camino, ni se puede andar la jornada sin notable molestia de los pulmones. ¡Buena traza de ser autor de la novela! Compárese también el estilo de las aventuras de aquel libro, escritas por Medrano, con el del Curioso impertinente; y dígame, no el autor de la Carta, sino quien lo entienda, si aquellos dos estilos son hermanos carnales, hijos de un mismo padre, y ese Navarro. No se descuidó Medrano en poner su nombre a lo que de suyo puso en aquella Silva, ni se hubiera descuidado en ponerle a la novela. Si Cervantes la hubiera hurtado para venderla por suya, de modo la hubiera desfigurado, que no la conocería el padre que la parió ni la madre que la engendró. No cabía en Cervantes tanta estupidez. Cuando un gitano roba un borrico para venderle por suyo, de negro le vuelve rucio; y tal le pone, que su mismo dueño le ve y no lo cree. Cervantes no ignoraba las artes de los gitanos, pero tampoco las practicaba. Así que, señor mío, quedemos los dos buenamente convenidos en que dicha novela sea norabuena del Hospodar en Valaquia o del Can de Crimea o del Preste Juan de las Indias, o del Vayboda que tenga vuesa merced más en las mentes; pero no del caballero Medrano, y medre cada cual con lo suyo, mas no con lo ajeno. El cuarto. El estilo de la novela ni fácilmente se equivoca con el de otros escritores, ni fácilmente se distingue del de Cervantes. Y esta regla no es del todo mala para los que del estilo tienen algún conocimiento. Pero el autor de nuestra Carta ha dado en ella pruebas admirables de no ser gran piloto en el mare magnum de los estilos. El quinto. Cotejar la novela de la Silva con la del Quijote de la primera impresión. Con este entretenimiento convido yo ahora a todos los desocupados para que entretengan honestamente su ociosidad y tomen algún conocimiento de la causa. Verán que ciertas erratas cometidas en la novela del Quijote se hallan también en la de la Silva. Verán que algunas se corrigieron bien, y otras mal, sin duda por Oudin, o por el impresor. Verán que ciertas voces puestas diversamente en la novela del Quijote, como efecto y efeto, pedirla y pedilla, etc. siempre o casi siempre que se variaron allí, se variaron también en la de la Silva. Verán siempre o casi siempre una misma ortografía en ambas impresiones. Verán las omisiones que or descuido del impresor se padecieron en la de la Silva, señaladamente dos que se notan en la última hoja, de algunas líneas cada una. Verán que estas dos impresiones de la novela se hicieron la una por la otra, y, no pudiendo haberse hecho la del Quijote por la de la Silva, creerán que esta se hizo por aquella y no por otra que hubiese anterior. Y, por consiguiente, verán que César Oudin fue quien añadió a la Silva la referida novela. Verán finalmente todo lo que vieren, pero no verán que Miguel de Cervantes hurtó la novela del Curioso impertinente. Antes vean que tal cieguen. El sexto. Teniendo Cervantes otras muchas obras y novelas, aun de mayor invención, enseñanza y entretenimiento que la del Curioso impertinente, y sobrado ingenio para componerlas, examinar que diablos de interés le pudo mover a apropiarse lo ajeno y a engalanarse con las plumas de otros pájaros, teniéndolas él de su propia cosecha más hermosas. ¿Con las de nuestro autor quie quiera engalanarse? El séptimo. Cervantes no hurtó la tal novela. Antes bien, el autor de nuestra Carta quiso quitársela para darl a no sabe quién. Eso es muy mal hecho, y otra vez no lo haga. Debía examinar si los argumentos que alegaba eran tales que convencían el hurto que se le atribuía después de vistos y revistos por un examinador examinado y aprobado. Yo, aunque no soy examinador, he querido meter mi cucharada y echar mi cuarto a espadas sobre este negocio. Y así digo (quiera Dios que acierte en lo que digo) digo, pues, que los fundamentos alegados en la Carta son fortísimos y que prueban con evidencia contra producentem. Esto es, que el producente es algo movedizo, que se mueve de ligero. Sin un poco de ligereza nadie arrojaría tales bocanadas. Si yo fuera médico, recetaría a los que así proceden unos apósitos de bálsamo plúmbeo que deberían aplicarse al cerebro. Es remedio probado. El octavo. Como nuestro autor dice en el número cuarto de su Carta, que Cervantes tomó, esto es, hurtó la dicha novela de la Silva curiosa, no creyendo haber inconveniente; si hubiera sido otro, hubiera reflexionado si la necedad de Cervantes era tan grande que creyese no haber inconveniente en hurtar la novela ajena y retenerla contra la voluntad de su dueño. Esto me hace creer que al que lo dijo se le entiende muy poco de inconvenientes, que si se le entendiera algo más no hubiera escrito una Carta que tantos inconvenientes trae contra el buen nombre de un autor tan benemérito de la nación. Trae otro inconveniente más, y es que si el autor en lugar de hilvanar su Carta se hubiera entretenido en echar unos cuchillos a sus calzones no tendría yo ahora que gastar el tiempo y la paciencia en volver por el crédito de quien tanto merece nuestra estimación. Añade que tomó la novela persuadido a que no se le descubriría el hurto, si así puede llamarse. Venga vuesa merced acá, santo señor, ¿por dónde podía Cervantes persuadirse que no se le descubriría un hurto público, si el campo en el que le cometió era un libro impreso en castellano publicado en sus días y aun en lo mejor de su edad y que debía creer anduviese en las manos de muchos que podrían publicar el robo y sonrojarle? ¿Pretende vuesa merced acaso medir por sus persuasiones las de Cervantes? ¡Ay amigo! Poco ha vimos que a vuesa merced se le entendía poco de inconvenientes, y ahora vemos que no se le entiende mucho de persuasiones. El noveno, no desear la novela de su prójimo. Debía el autor de la Carta haber rastreado qué novelas se habían escrito en Espña antes que Cervantes escribiese las suyas y de que él tuviese noticia para poder deseadas y después robarlas. En el prólogo de las suyas, Yo soy (dice) el primero que he novelado en lengua castellana. Aquí o hemos de decir que mintió Cervantes y eso dígalo el autor de la Carta, que yo no, o hemos de creer que si alguna hubo no tuvo noticia de ella. Y eso no lo crea el autor de la Carta, que yo sí. Lo que yo le suplico es que me diga quien escribió en castellano la novela del Curioso impertinente distinto de Cervantes. Y si se escribió en otra lengua, ¿quién fue el guapo que la compuso y quién después la trajo a la castellana? Esto debía haber averiguado el autor antes de dar su Carta al Correo para que la publicara. Y pues estamos con las manoes en la masa de las novelas y piensa también en el número 1 que no solo la del Curioso impertinente es robada, sino también todas las demás que ingirió en su Quijote, le suplico otro si, que me diga su camino, quién diantres pudo ser el autor de la del Capitán cautivo, que también robó y puso en su Quijote desde el capítulo 39 de la primera parte. Yo juzgo que como allí habla tanto de sí mismo y de tantos sucesos históricos, quorum pars magna fuit, y como el estilo es el mismo que se advierte en lo demás. Ninguno sino Cervantes fue ni pudo se el autor de esta novela. Hágole esta súplica muy encarecidamente. Porque como en el número 1 rebanó del Quijote todas las novelas que Cervantes había ingerido en él, no habiendo en dicha obra más novelas que las dos referidas: ¿cómo podrá la del Cautivo salvarse de las iras del mar soberbio, esto es, de la censura de nuestro autor? Digo esto porque aunque hay en el Quijote algunos cuentos que, hablando sin el rigor de la propiedad puedan llamarse novelas. Son verdaderos episodios nacidos de las entrañas de la misma historia que sirven de adornar y amenizar la leyenda y traer al lector mas entretenido. En fin, véase Cervantes en el capítulo 3 y 44 de de la segunda parte, y véase todo lo que llevo dicho, no con los ojos del Correo de los Ciegos, sino con los de una razón despejada. Y visto y meditado todo con madurez, sentencie el lector a muerte o vida si Miguel de Cervantes hurtó las dos novelas mencionadas y las demás que ingirió en su Quijote. Pudiera haberme ahorrado este trabajo, pero he querido dar al público este desagravio de un tan insigne varón como Cervantes porque somos deudores a sabios y a botarates. 
  8. (Nota del autor) Decía uno, y no decía mal,que el haber publicado esta Carta el autor del Correo era buena señal de haberla tenido por digna del público. Decía también que por más digno del público tenía y por mucho más útil y proficuo (son palabras suyas) que se abaratasen los huevos o que se mejorase el arte de hacer morcillas o cosa tal. De allí infería que supuesto había impreso dicha Carta, le habría creído, y juzgaría era muy conveniente para abrir los ojos al mundo, y sacarle de un error en que por tantos años había estado miserablemente sumergido. Iten decía que, así como este buen crédulo había aprobado el descubrimiento de la Carta con el hecho de publicarla, así otros buenos crédulos viéndola de molde, le darían entero crédito. Y, de este modo, se iría extendiendo la infamia de un hombre tan famoso como Cervantes. De donde resultaría que mañana o esotro día diría algún escritor extranjero que Cervantes había sido un plagiario, alegando la autoridad de un español. Que escritores extranjeros hay tan ligeros y abonados para esto como algunos de los nuestros que escriben a tontas y a locas sin conocer los perjuicios que suelen resultar de que sus ligerezas queden impresas, esparcidas y vulgarizadas; daño que no puede jamás del todo repararse. Porque nescit vox missa reverti. Todo esto decía y no sé qué más. ¿Y qué más podía decir? Y, habiéndole yo escuchado con gran sorna, lástima es, le dije, que el autor del Correo no vaya en posta con la Carta a ponerla en manos de Alonso Fernández de Avellaneda, el cual le pagaría muy bien el porte y el mandado, que, pues echó en cara a Miguel de Cervantes los feos delitos de manco y viejo, mejor le daría por mitad de aquellos bigotes con el de plagiario, ladrón, mentiroso. Pero yo creo, añadí, que el buen autor del Correo no se metió en tantas honduras como examinar si la carta era digna del público o dejaba de serlo. Bástale prestarse de buona voglia, como lo hace, a publicar cuanto le envíen. Bien que esto se entiende cum mica salis, quiero decir, con tal que sirva para alguna cosa, verbi gratia para ayuda  de llenar su papelón, y vengan esos cuartos, que, como dijo el que dijo, de paja o heno el pancho lleno. Y sírvale esto de disculpa porque, si no, merecía que el público le diese tal manta y tal carrera en pelo que le viniesen ganas de dar al diablo su oficio y su Correo. Porque, ¿cómo se entiende dar por digna del público, que es el hombre más respetable del mundo, y aun de Polvoranca, una Carta tan sin sustancia, tan sin verdad, tan sin fundamento, tan sin sal, tan sin estilo, tan sin crítica, tan sin nervio, tan sin gusto, tan sin miramiento y tan con injuria de un escritor a quien el mismo público tanto ha estimado y ennoblecido? Sin embargo de tantos tanes y tantos sirtes cuenta un mentiroso que el autor de la Carta y compañía piensan abrir una suscripción nacional para reimprimirla en folio real con asombrosa magnificencia, adornada con láminas que están ya burilando un par de ciegos, que fueron in illo tempore oficiales del Correo cuando había Correo de los Ciegos. Desde ahora suscribo por 20000 ejemplares para regalar a mis amigos. ¿Serán bastantes? Pero dejemos esto que ya me va doliendo la cabeza. Y yo tengo genio de romper lanzas con ninguno, y mucho menos con dos, que me las podrían volver al cuerpo. Nunca me han gustado los dimes y diretes. Y aquello de arrojómelas y arrojéselas, y volviómelas a arrojar, entiéndase allá con los tercos y porfiados que a mi siempre me ha disgustado. Y así, si ellos han descubierto la caca a Cervantes, digo el hurto, con su pan se lo coman, y buen provecho les haga su descubrimiento, que yo ni me quedo y aquí me estoy, cansado ya de comentar unas sandeces con otras sandeces, harto receloso de que algún Matanasio me haga la mamola y se burle de mis comentos. Que por cierto sería para mí gran desabrimiemo si después de haber empleado y difundido mis luces en ilustrar una Carta por ninguno de los mortales antes ilustrada, fuera recibido con burla mi trabajo. Una cosa me consuela y es que ya nada me importa que vengan tras de mí otros comentadores. Vengan gretas masagetas, vengan cimbrios, godos y lombardos; vengan tártaros, persas y macedonios, que no podrán ofuscarme la gloria de haber sido el primero que he abierto el camino y comentado un monumento original digno de escribirse con letras de almagre en láminas de corcho. Pero como esta gloria mundanal por que los hombres se perecen y se chupan los dedos, nunca del todo calmaa las inquietudes de ánimo. El mío no gozará sosiego mientras no averigue la misteriosa significación de aquellas letras E.E. de A. con que se remata la Carta y con que se emboza el nombre del que la escribió. Dígolo más claro: después de todas mis notas y todo mi trabajo, aun falta el rabo por desollar. Que en materia de trabajos, como otros lo han de la cabeza, esta Carta lo ha, no solo de la cabeza, sino también de la cola. Deseando, pues, descifrar el enigma y saber qué diablos significarían aquellas letras, consulté a un anticuario tan docto que en cierta ocasión había oído nombrar a un tal Grutero. El cual, sacando un lente y aplicándosele al oído, después de hecho cargo de la dificultad, dijo magistraliter et resolutive loqueando estas tres letras E.E. de A. son romanas y puede ser que signifiquen alguna cosa posible, tal como El Emperador de Alemania. No me arma, le dije, esa interpretación. Porque ese emperador en otras cosas anda ocupado más ruidosas que en escribir cartas tan baladíes como la que acabamos de comentar. Pueden también significar, dijo, Eugenio Estudiante de Alcalá o Emeterio Esposo de Aldonza o Esopo Eco de Avellaneda. Eso último, le dije, me ha dado en la epiglótis, digo, en el galillo. Pues, por lo tocante a Avellaneda, hubo uno de este apellido, Dios le haya perdonado, que quiso muy mal al autor del Don Quijote. Y con mucha razón porque este tal Miguelillo de Cervantes a los delitos de viejo y manco añadía el de tener muy grande ingenio, cosa que ofendía mucho a Avellaneda. Y reflexionando yo ahora sobre lo que dio motivo a mis notas, digo, que cuantos aran y cavan no me quitarán de la cabeza que el autor de la Carta que está a la cola de ella envuelto en aquellas tres letras es algún Avellaneda, descendiente, Eco, y gargajo del que Dios haya. Con esto se acabaron mis notas y el anticuario se fue corriendo a leer una lápida que no tenía letras hallada junto a los tejares de Madrid, haciendo una excavación para enterrar un borrico que había muerto de jaqueca y mal de orina. Tales son las andanzas de los anticuarios.