Biblioteca de la Lectura en la Ilustración
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Identificación

Introducción general al estudio de las Ciencias y de las Bellas Letras

Manuel Bihuesca (traductor); Antonio Robles (seudónimo)
1790

Resumen

El actor Manuel Bihuesca, que utilizó el seudónimo de Antonio Robles, fue un afamado representante de la Compañía de Martínez. Destacó en su papel de galán, pero también por su cultura y, en particular, por el conocimiento del arte dramático que consideraba esencial para poder destacar en el trabajo actoral. Recomienda que el actor se forme leyendo, pues las capacidades naturales deben acompañarse del saber que proporciona el estudio.

Esta obra, en parte original y mayormente traducida del francés, se organiza en dos partes. La primera trata sobre los estudios en general y su importancia. Se establece un orden en estos que ha de iniciarse con el conocimiento de las lenguas y de la Filosofía y las ramas que la componen (Lógica, Metafísica), para continuar con la Física, las Matemáticas, la Moral, la Jurisprudencia, la Política, la Economía y los negocios.

La segunda parte, que titula «Introducción general al estudio de las Buenas Letras o Humanidades», se dedica a la Retórica y la Poética, donde se detiene en explicar cada uno de los géneros literarios, prestando particular atención al teatro. En la parte final incluye unos capítulos sobre el genio y el gusto. 

En su opinión, el actor ha de conocer tan bien el arte dramático como el poeta, pues, en caso contrario, difícilmente podrá comprender el sentido del texto que ha de ejecutar en escena. Debe, por consiguiente, formarse en la Poética, pero también en la Historia para que la puesta en escena se haga conforme a las circunstancias de la época a que corresponda. 

El traductor cifra el propósito del libro en el aprovechamiento que pueden sacar los actores y, en general, los estudiosos de un texto que pocos pueden leer en la lengua original. En cambio, el autor original, cuyo nombre no se desvela, lo escribió para orientar a quien adquiría libros sin orden ni método y necesitaba una orientación en ese sentido.

Descripción bibliográfica

Robles, Antonio (trad.) [seud. de Manuel Bihuesca], Introducción general al estudio de las Ciencias, y de las Bellas-Letras, en obsequio de los no saben otra lengua que la vulgar. Traducida del francés por Antonio Robles A.M.E., Madrid: Viuda de Ibarra, 1790.
2 hs., xxvi, 308 pp.; 8º. Sign.: BH FLL 25239.

Ejemplares

Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla

BH FLL 25239

Bibliografía

Cotarelo y Mori, Emilio, Don Ramón de la Cruz y sus obras. Ensayo biográfico y bibliográfico, Madrid: Imprenta de José Perales y Martínez, 1899, pp. 583-585

Cotarelo y Mori, Emilio, Isidoro Máiquez y el teatro de su tiempo, Madrid: José Perales y Martínez, 1902, pp. 30, 66 y 223.

Herrera Navarro, Jerónimo, Catálogo de autores teatrales del siglo XVIII, Madrid: Fundación Universitaria Española, 1993, pp. 383-384.

Cita

Manuel Bihuesca (traductor); Antonio Robles (seudónimo) (1790). Introducción general al estudio de las Ciencias y de las Bellas Letras, en Biblioteca de la Lectura en la Ilustración [<https://www.bibliotecalectura18.net/d/introduccion-general-al-estudio-de-las-ciencias-y-de-las-bellas-letras> Consulta: 28/03/2024].

Edición

PRÓLOGO DEL TRADUCTOR

Es innegable que en la lengua francesa se halla escrito cuanto puede desearse en materia de Literatura y especialmente cuanto pertenece o tiene relación con la poesía dramática. Se encuentra la Historia del Teatro antiguo y moderno y, por consiguiente, la variedad y alteraciones que ha padecido en diferentes tiempos. 

Es razón que quien ha de presentarse al público de la metrópoli en calidad de uno de los principales actores, aspire a poseer los principios del arte para corresponder a un concurso que suele, y aun debe ser, delicado e intolerante, respecto de ciertos defectos de los actores. Para huirde ellos y no proceder maquinalmente en el teatro, es razón que no sea la única regla una pura imitación tradicional, digámoslo así, sino que procuremos instruirnos en cuanto pertenece a nuestro ministerio. Por ejemplo, será bien saber en que está fundado el gusto que tienen comúnmente los hombres en ver una representacion dramática, en que consiste la verisimilitud, cuales son las tres unidades y el estilo propio de esta especie de poesía. Debe tenerse alguna idea de las decoraciones de los antiguos, de sus vestidos, declamación y actores. Qué cosa es tragedia y cuál puede ser su fin moral; qué es lo que hace una acción trágica y qué es acción heroica. Asimismo, es indispensable que un actor sepa que la comedia es una imitación de las costumbres puesta en acción y que se diferencia de la tragedia en su principio, en sus medios, en su fin, etc.

Se dirá acaso que estas noticias, y otras de esta especie, son necesarias para un poeta que haya de componer las piezas dramáticas, pero no para un actor, el cual puede sin ellas desempeñar dignamente las funciones de su oficio. Pero quien esto diga ha reflexionado poco sobre las dificultades que tiene que vencer un actor para adquirir el arte de no apartarse de la naturaleza en la representación, arte que supone muchos conocimientos y una meditación profunda.


El que está precisado a hablar en público con los pensamientos y palabras de otro hombre debe penetrarse íntimamente de las ideas del auttor: ha de estudiar su genio y, en cierto sentido, se ha de transformar en él. Por otra parte, se ha de revestir del carécter, de las pasiones e intereses del héroe o persona que representa, y aun se ha de transportar a los lugares y tiempo en que vivía, sin perder de vista circunstancia alguna de aquellas en que se encontró ni el sentido en que debió hablar.

Cuando un actor sale al teatro, ha de hacer la misma reflexión que un poeta quando toma la pluma, es decir, debe preguntarse a sí mismo: ¿quién es el que va a hablar? ¿Cuál es su clase, su situación, su carácter y como procedería si tuviera que ha blar por sí mismo? En fin, se ha de esforzar a proceder de manera que el público no vea, por decirlo así, más que a la persona representada y no al actor, ni al poeta.

¡Qué empresa tan difícil la de acomodar con propiedad al papel que representa el gesto, la voz, las aptitudes para hacer pasar sus sentimientos y sus pasiones al alma de los espectadores! Es necesario para esto poseer el arte de reunir a una pronunciación variada la expresión del gesto, para hacer conocer toda la fuerza de un pensamiento, sin aumentarla ni debilitarla. 

Se ha de tener presente que jamás es permitido apartarse de la naturaleza, la cual ha señalado su tono y su gesto particular para cada pasión y sentimiento, y aun su expresión particular en el rostro. Sin embargo, es preciso tener presente que, para que agrade la naturaleza, debe estar dirigida por el arte.

¿Y cómo un actor se pondrá en estado de reducir a la práctica este cúmulo de reglas? Los aaestros del arte dicen que, en primer lugar de be estar bien educado y el célebre actor de la Francia Baron [1] recomendaba iaba con mucho encarecimiento esta calidad, mirándola como el cimiento de todas las demás.

Otro medio sería la imitación de un modelo consumado, es decir, de un actor excelente, pero por desgracia siempre han sido muy raros en todas las naciones antiguas y modernas.


[...] Volviendo, pues, a nuestro asunto, debe el actor que desea saber su oficio estudiar los monumentos de escultura y pintura de la antigüedad, los cuales contribuyen indeciblemente para adquirir la perfección en las actitudes, la blandura en el gesto y todo lo que se llama elocuencia exterior y representación muda.

En fin, el manantial más fecundo de la instrucción necesaria para un actor es el estudio de los originales que debe hacerse en los libros. Es verdad, que la escuela de un actor es el mundo, teatro inmenso en el cual están en juego perpetuo todas las pasiones, todos los estados y todos los caracteres, pero como falta nobleza y corrección a la mayor parte de estos modelos, puede equivocarse el imitador si hace la elección sin conocimiento. No basta que sepa pintar la naturaleza, sino que es necesario que un estudio detenido y profundo de las bellas proporciones le haya puesto en estado de corregir la misma naturaleza. Le es tan necesario el estudio de la Historia y de las obras de imaginación como al pintor y al escultor. En fin, para formar un excelente actor deben concurrir el alma, la imaginación, la inteligencia y el estudio. 

No quisiera que porque insinúo algunas reglas para el actor se me hiciera la injusticia de creer que puedo pensar que soy un maestro, pues conozco bien soy uno de los actores más defectuosos y que en otra época más feliz para el teatro, no solo no ocuparía dignamente el primer lugar que hoy ocupo, pero ni el cuarto. Si ofrezco aquellas reglas es porque las más la he leído en algunos maestros del arte y quisiera que otros se aprovechasen del fruto de mi desvelo. 


 

PRÓLOGO DEL AUTOR DE LA OBRA

 

Esta Introducción al estudio de las Ciencias y de las Bellas Letras es efecto de una especie de casualidad y, cuando trasladaba yo las primeras ideas al papel, no pensaba en trabajar un libro. Un caballero muy distinguido me manifestaba particular estimación y deseaba que le hablase con frecuencia sobre la elección de los muchos libros que compraba, observé que tenia una particular curiosidad y vivos deseos de adquirir ideas de las Ciencias y de las Bellas Letras, aunque se había descuidado algún tanto de saber los primeros principios. Había estudiado en un colegio o seminario lo que comúnmente se enseña en tales casas destinadas a la educación de la juventud, pero había padecido en aquel tiempo toda la distraccion a que está expuesto un espíritu demasiadamente vivo y enemigo de la sujeción. Por otra parte, aquel hombre tenía abundancia de dinero para comprar buenos libros y todo el ocio y la constancia que son necesarios para leerlos. Buscaba, pues, quien le dirigiese y me suplicó que le pusiera por escrito alguna cosa de todo lo que tratábamos en nuestras conversaciones. Hícelo así, pero sin poner mucho cuidado en arreglar metódicamente un escrito que solo se había trabajado para que algún día sirviese de acordar a mi amigo la sustancia de nuestros discursos. Cuidé solo de no escribir cosa alguna que no pudiera serle útil, sin pretender dar a cada materia la extensión que pide. Creí deber insistir principalmente sobre los libros que enseñan los principios de las Ciencias y de las Bellas Letras y sobre ciertas reflexiones generales que pueden contribuir a la solidez y fruto de los estudios.

Habiendo visto un literato una copia de este escrito, no la despreció, sin embargo de que estaba informe, sino que, por el contrario, fue de dictamen que podría ser muy útil el imprimirlo y me instó a ello. Hícele presente que apenas era más este papel que el ensayo de un libro y que, por otra parte, me faltaba el tiempo necesario para darle la perfección que exige el asunto. No le hicieron fuerza mis razones y me hizo dar palabra de retocar y corregir este escrito en cuanto me lo permitiesen las ocupaciones de mi ministerio.

Procuré hacerlo así y para que pueda tener una utilidad más general, me he propuesto el que sirva para el mayor número posible de personas y a quien principalmente he tenido presentes son a muchos de los jóvenes que no han empleado bien o acaso han perdido enteramente el tiempo que pasaron en las escuelas y que conocen por fin esta dolorosa pérdida, y quisieran aprender las Ciencias, de cuya necesidad están convencidos.


En efecto, hay muchos militares y hombres distinguidos que, bien sea por su inclinación o por la situación de sus negocios, toman desde luego el partido de una vida retirada en la cual suele llegarles a ser fastidioso el tiempo que les sobra. Es verdad que suelen apelar a la lección de los libros y que esta llena el tiempo que les dejan libres sus ocupaciones, pero no es menos cierto que comúnmente suelen perder todo el fruto de su trabajo por la mala elección de libros. Equivocadamente persuadidos que son inaccesibles las Ciencias para los que no aprendieron sus elementos en alguna de las universidades, no leen mas que libros de pura diversión y se condenan a sí mismos a una ignorancia de que creen que no pueden ya salir.

He conocido a varias personas de un genio y disposiciones excelentes para las Ciencias y, sin embargo, esta falsa persuasión los hizo inútiles para su patria y para sí mismos. Y así he procurado acomodar esta «Introduccion» a la necesidad de los que viven en tanerrado dictamen. Hago ver en pocas palabras la necesidad de los estudios y la elección que debe hacerse de ellos según la mayor o menor utilidad de cada ciencia y mayor o menor relación que tenga con el estado y situación particular.

Indico las fuentes de donde pueden tomarse los elementos y nombro los libros con aquel orden con que aconsejaría yo que se leyesen y así se formará insensiblemente un estante o más de libros escogidos. No es mi objeto el nombrar absolutamente todos los buenos libros porque esto desmayaría a los que comienzan a estudiar, pero creo que puedo asegurar que si se sigue fielmente el curso de estudios que escribo, se encontrarán en los libros que señalo bastantes luces para conocer las otras obras de que se necesita con el tiempo.

Hay ciertos viajes para los cuales no es necesario más que poner al hombre desde luego en el verdadero camino porque jamás dejan de encontrarse en él guías que conducen hasta el término que se ha propuesto. A esta manera sucede con las Ciencias. Casi todos los progresos en ellas dependen muchas veces del método con que se comienza a estudiarlas.


Está dividida toda esta obra en cuatro partes, de las cuales publico solo las dos primeras en que trato de las Ciencias y Bellas Letras. En  las dos restantes se,tratará de la Historia y Religión. A esto llamo yo un curso de estudios. Pocos lectores lo harán, lo confieso y aun añado que no conviene a todos el total de este curso. Pero corno ignoro a que ramo deberá aplicarse el discípulo a quien sirva de guía esta «Introducción» he procurado no pasar en silencio Ciencia alguna porque acaso sería más útil precisamente aquella que hubiera omitido.

Por otra parte, las Ciencias tienen entre sí un particular enlace y la necesidad que tienen mutuamente una de otra es causa de tal conexión que no puede estudiarse una ciencia con alguna ventaja sin asociarle una o muchas otras. Esta es la causa por que he procurado tratar casi todo lo
que mira a las Ciencias y las Bellas Letras, a pesar de la brevedad a que he reducido las materias.  Se trata con más extensión la segunda parte que la primera porque en esta, en que solo se indican los elementos de las Ciencias, no es necesario más que recomendar los autores en donde se encuentran.

Las Bellas Letras ofrecen un campo más dilatado porque lo que depende del gusto está sujeto a mayor número de dictámenes: un discurso geométrico es una demostración, peto no sucede así con los principios sobre los cuales se decide del mérito de las obras de Elocuencia o de Poesía. Para conocer y acomodarse a estos principios es necesario una razón fina y cultivada por la lección continua de los más excelentes modelos y esta razón es la que me ha obligado a atender a ciertas menudencias que en mi dictamen tienen su respectiva utilidad.

[...]

Ya es tiempo de que yo dé fin a estas reflexiones para que no se diga que hago un «Prefacio» grande para un libro pequeño. Sin embargo, fáltame que decir una palabra con el objeto de justificarme sobre la libertad con que digo lo que entiendo a favor o contra las obras de muchos autores célebres. Puedo protestar que no procedo así ni por envidiarles el oficio, ni por el deseo de disminuirles su reputación. Si observo lo que encuentro menos laudable en sus escritos, lo hago únicamente para dar una instrucción útil a los que lean el mío.

 

  1. Se refiere a Michel Boyron (1653-1729), conocido como Michel Baron, fue actor y dramaturgo, protegido de Molière y uno de los principales representantes de Racine.