Biblioteca de la Lectura en la Ilustración
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Identificación

Coliseo de los Caños. Las cárceles de Lamberg

Pedro María Olive
1806

Resumen

Las cárceles de Lamberg o de Lemberg es una comedia en prosa en cinco actos. Se imprimió como comedia suelta en Valencia en la Imprenta y librería de Miguel Domingo, s.a, aunque pudiera ser 1801. Y se volvió a imprimir en Barcelona y en Valencia en suscesivas ediciones los años 1806, 1816 y 1821.

Este último año se volvió a representar lo que provocó el comentario censorio de Alberto en El Censor en 1821. 

Descripción bibliográfica

[Olive, Pedro María], «Coliseo de los Caños. Compañía destinada al del Príncipe. Las cárecles de Lamberg, comedia en cinco actos, representada por primera vez el día 1º de Enero de este año», Minerva o El Revisor General, II (1806), núm. V (17 enero), pp. 34-36.
4º. Sign: BNE ZR/1269/11.

Ejemplares

Biblioteca Nacional de España

Hemeroteca digital

Bibliografía

Rodríguez Sánchez de León, María José, La crítica dramática en España (1789-1833), Madrid: CSIC, 1999, pp. 154-155.

Cita

Pedro María Olive (1806). Coliseo de los Caños. Las cárceles de Lamberg, en Biblioteca de la Lectura en la Ilustración [<https://www.bibliotecalectura18.net/d/coliseo-de-los-canos-las-carceles-de-lamberg> Consulta: 07/10/2024].

Edición

Parece que el lugar de la escena es la magnífica ciudad de Lamberg o Lemberg o Leopoldo, capital de la Rusia roja, que entonces pertenecería a la Polonia.

El soberano de este país es joven y amigo de la verdad y de la justicia, no así su Senescal [1], hombre pérfido que más bien atiende a sus intereses que a los de aquellos pueblos que gimen bajo su cruel opresión, a pesar de las buenas intenciones del soberano. Tenía este Senescal por primo a un tal Vervieski, si mal no he oído, el cual servía en el ejército con un grado distinguido. Fue hecho prisionero por los turcos en una batalla y estuvo por allá siete años pasando trabajos. En tanto, su primo el Senescal, que quería alzarse con su herencia, finge que ha muerto y hace se declare así por el Tribunal, presentando pruebas y documentos falsos y sobornan a los jueces. Aún había otro estorbo, pues Vervieski era casado y su mujer resultó embarazada después de su muerte o prisión, pero como tardase diez meses en dar a luz la criatura, en lo cual ya se ve cuan favorable iba la suerte a las pérfidas intenciones del Senescal, hizo este también se declarase que aquel hijo no era legítimo, quedando de este modo dueño de la herencia como pariente más cercano. Además logró se encerrase a la infeliz madre en un horrible calabozo. En fin, ya aparece Vervieski, aunque muy desfigurado por los muchos trabajos y el tiempo, reclama sus bienes, pero su primo le responde haciéndole declarar por los sobornados jueces como impostor y, encerrándole en la misma cárcel que ya lo estaba su parienta, aunque en distinto calabozo y sin que supiese el uno del otro.

No había querido condescender en los intentos del Senescal el Presidente del Tribunal que condenó a Vervieski y a su esposa y, cuando se le quiso sobornar, no le quedó duda en que había alguna perfidia oculta. Para descubrirla determina pasar él mismo a la cárcel a hablar con el verdadero o fingido Vervieski. Pecisamente lo ejecuta en el mismo instante en que acababan de reconocerse este y el carcelero, que era un sargento retirado y había tenido la desgracia de herir a  Vervieski siendo su jefe, por lo que le hubieran quitado la vida si este no le hubiera perdonado generosamente.

Habla el Presidente con el preso, infórmale este de todos sus desgraciados sucesos; le habla de su familia, le da pruebas, le presenta sus papeles y el retrato de su esposa y le entera en el lance del carcelero. No queda entonces ninguna duda al Presidente y, movido de su ardiente amor a la justicia, se determina a arriesgar sus bienes, su honor y hasta su vida por salvar a aquellas inocentes víctlmas, y descubrir las atroces maldades del Senescal.


Solicita una audiencia del Soberano, que estaba cercano a partir del pueblo, la obtiene, aunque con alguna dificultad, le informa menudamente de lo sucedido, presenta algunas pruebas y ofrece mayores, aboga con el mayor calor por la inocencia y en contra de la maldad y logra conmover el benigno corazón del Monarca, quien cede a sus razones, quiere informarse de todo por sí mismo y pasar disfrazado a la cárcel en compañía del Presidente.

Así lo ejecuta y allí tiene el indecible placer de oír la verdad sin disfraz alguno de boca del carcelero, de la infeliz esposa de Vervieski y de él mismo y, como para los corazones sensibles los espectáculos más tiernos son los más agradables, quiere tener el gusto de presenciar escondido el reconocimiento de los dos esposos.

En esto llega el carcelero todo azorado diciendo al Presidente y demás señores embozados que viene hecho un basilisco el malvado del Senescal y sus satélites. Retíranse todos, entra la infernal comparsa, quien notifica al preso que el Soberano ha tenido la benignidad de libertarle de morir en un cadalso y disponer que muera en la cárcel. Resístese aquel infeliz a tan feroz asesinato y, cuando van a ejecutarlo por fuerza, por un golpe teatral con sumo arte dispuesto, aparece el Soberano al frente de algunas tropas. Todos quedan atónitos y confusos, acabando con esto el acto cuarto y aun debía acabarse la comedia si no fuera porque aquel Monarca, no queriendo ceder a un capricho y arbitrariedad, aunque sea de virtud, dispone muy cuerdamente que haya otro acto más donde sentado él en su solio se vea el proceso y se presenten las pruebas y convictos los reos se les sentencie.

Así se ejecuta y hay magnífico salón, solio y lucidísima comparsa. Acude Vervieski muy bien vestido y Madama con gran ropaje de seda, todos tan buenos y contentos como si nada hubiera pasado. También asisten el Senescal y los malos jueces muy mal humorados. Vese el pleito y, bien probado el delito, cae sentencia que reintegra a Vervieski y a su esposa en sus bienes y honores. El Presidente es nombrado Senescal, este es condenado, creo, a rigurosa prisión y los jueces son ignominiosamente desterrados del país. Cae el telón y se acaba la comedia.

¿Quién duda por esta sencilla relación que este es un drama sentimental y lloroso pues mueve a lágrimas? Hay lances tiernos y buenos, aunque ya comunes en el teatro, poca verosimilitud pues, fundándose parte del desenlace en los papeles de Vervieski, no parece natural que al Senescal, que tan avisado es, se le olvidase el hacérselos quitar cuando le prendieron.

En cuanto al enredo, en ninguna cosa podía fundarse peor que en un embarazo de diez meses tan poco común y que tanta razón prestaba a los argumentos del Senescal. Hay dos reconocimientos, y esto en el medio de la acción y no para terminarla, y, aunque no sea muy conforme al arte, ni bien traído, ni necesario el segundo, son naturales e interesan, siendo lo mejor del drama y y lo más bien ejecutado, contribuyendo a ello mucho la decoración de la cárcel bien imitada, aquellas espesas tinieblas entre las que se pierden las vacilantes luces, las espantables figuras de los presos y carceleros, que apenas se divisan en la oscuridad lo espacioso de los calabozos, el áspero ruido de las cadenas, haciéndonos admirar casi tanto talento en el tramoyista como en el autor de la comedia.

El no dar fin a esta en el acto cuarto y pegar allí una larga audiencia que dura otro acto, es muy conforme a la justicia y a la recta razón, si no ya a los escrupulillos del arte, pues sería un atropello el acabar con aquel Senescal sin oírle y sentenciarle con el pulso, serenidad y madurez correspondiente.

  1. Jefe o cabeza principal de la nobleza de algunos países europeos, que la gobernaba en especial en tiempos de guerra.